Magritte. La búsqueda de la verdad. 1966. |
Con sus dos grandes ojos
abiertos, la cola y sus patas traseras en una posición que pareciese incómoda
al cuerpo humano, uno de los perros que quedaron en la casa, de la camada de
nueve cachorros; observa directamente a los ojos míos.
‘El Roto’, delicadamente
violento; el que mira la Luna, el que sortea leves olas en la orilla, el que no
dice mentiras ni engaña: ¿cómo podría hacerlo con esos enormes y serenos ojos? El
lenguaje sordo que utiliza frente a mí comprende también su cuerpo anaranjado, ¿cómo
podría suponer falsedad en sus movimientos?
Pienso, quizá, aún si fuese
natural conservar buitres o sanguijuelas pernoctando en el patio; consideraría
igualmente noble y sincera su cercanía en comparación con algunos de nuestros
especímenes humanos. Exceptuando en aquéllos, la intención; y en éstos, los ojos.
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