Vinicius de Moraes

El amor de los hombres


Para que los pajaritos amplifiquen sus cantos
en tu lánguido despertar
instalaré un micrófono en el árbol de enfrente.
Te despertarás feliz bajo la sábana de antiguo lino
y un rayo de sol jugará en el hueco de tus pechos
y me darás la boca en flor.
Mis manos amantes te buscarán largamente
y tú vendrás de lejos, amiga
del fondo de tu ser de sueño y plumas
para recibirme.
Nuestra fruición será serena y lenta
descansaré en ti como el hombre sobre sus tumba
pues nada habrá fuera de nosotros dos.
Nuestro amor será simple y sin tiempo.
Luego saludaremos la claridad.
Tú dirás buen día al techo que nos abriga
y al espejo que recoge tu rápida desnudez.
Tendremos hambre enseguida:
tendremos té de la India para matar nuestra sed
y miel para endulzar nuestro pan.
Satisfechos, quedaremos como dos hermanos
que se aman más allá de la sangre
y fumaremos juntos nuestro primer cigarrillo.
Sólo entonces nos separaremos.
Tú me preguntarás y yo te responderé
mirando con ternura mis piernas que el amor pacificó
recordando que anduvieron muchas leguas de mujer
antes de descubrirte.
Pensaré que eres la flor extrema
de mi desesperada búsqueda
que en ti se hizo la unidad.
De repente, quedaré triste y solitario
como un hombre
vagamente atento a los ruidos lejanos de la ciudad
mientras te arreglas, absurda en tu cotidiano
perdida, ay tan perdida para mí
sentiré que algo se cierra en mi pecho
como una pesada puerta.
Tendré celos de la luz que te configura
y de ti misma que te dejas vivir
cuando deberías seguir conmigo
como un joven madero en la corriente de un río
buscando el abismo.
De pronto me toma la angustia del límite que nos antagoniza.
Veo la redoma del aire que te circunda
el espacio que separa nuestros tiempos.
Tu forma es otra
demasiado hermosa quizá para ser totalmente mía.
Tu respiración obedece a otro ritmo.
Eres mujer: tienes senos y lágrimas y pétalos.
Al rodearte el aire se hace aroma.
Fuera de mí eres pura imagen;
en mí eres como un pájaro que subyugo
como un pan que mastico
como una secreta fuente entreabierta en que bebo
como un resto de nube donde me reposo.
Pero nada consigue arrancarte de tu obstinación
en ser fuera de mí
y yo sufro, amada
de que no me seas más
pero todo es nada.
Miro de pronto tu cara donde está grabada
toda la historia de la vida
tu cuerpo que se rompe en flores
tu vientre fértil
Te mueve una infinita paciencia.
En el hueco de tu sexo estoy yo
mis poemas, mis dolores, mis resurrecciones.
Tus pechos son cántaros de leche
que matan el hambre universal.
Eres mujer como hoja, como flor, como fruto:
yo apenas soy.
Esclavizado en ti me despido de mí
y sigo caminando a tu enorme sombrita.
Te miro bañarte, lavar de ti lo que quedó de nuestro amor
mientras busco decirte algo que te asombre.
Pero todo es nada.
Son tus gestos los que hablan
el modo como estiras los labios
cuando te pasas la crema
la boca levemente entreabierta para mistificar mejor
la eterna imagen en el eterno espejo.
Entonces, desesperado, huyo de ti
soy cazador de tigres en Bengala
alpinista en el Tibet, monje en el Cintra
espeleólogo en la Patagonia.
Paso tres meses en una balsa en pleno océano
para probar el origen polinésico de los mayas.
Me alimento de plancton, converso con las gaviotas
echo al mar poesía embotellada
y termino naufragando en la costa de Antofagasta.
Time, Life y París-Match me sacan en la tapa.
Me eligen "Hombre del año" y candidato seguro al Premio Nobel.
Pero ahora comes un durazno.
tu labio inferior se dobla bajo la pulpa
el jugo corre por tu mentón
una gota cae en tu pecho y ríes.
Tu risa desintegra el átomo.
El espejo se pulveriza, se funden las tuberías
cantidades insospechadas de estroncio 90
se acumulan en los estratos superiores del baño.
Sólo los genes de mis tataranietos podrán dar prueba cabal
de tu inmensa radiactividad.
Tú ríes, amiga,
y me besas con sabor a durazno.
Y yo te quiero a muerte.
Interiormente busco alejar mis recelos:
"No... si ella me quiere...", me digo, para convencerme
mientras siento que tus pechos despuntan en mis manos
y se crispan tus nalgas.
Quieres embarazarte inmediatamente.
Hay en ti un deseo súbito de alcauciles.
Querrías hacer un parto sin dolor
a la luz de la teoría de los reflejos condicionados de Pavlov.
Luego, sonriendo, callas.
Odio tu silencio que no me pertenece
que no es de nadie:
tu silencio poblado de recuerdos.
Te abofeteo y corro a cortarme las venas con una gillette azul:
mi sangre fluye como un pedido de perdón.
Abres tu caja de costura y coses con amarillo
(para combinar bien los colores)
mi pulso abandonado.
Luego me haces chupar tu carótida
en una larga, lenta transfusión.
Yo estoy convaleciendo todavía
y tú comienzas a salir: fuiste al peluquero.
Escruto tu cara.
Me siento traicionado, delincuescente, al borde de las lágrimas.
Pero ahora te acercas vestida sólo con un saco piyama
y colocas mi mano en tu pierna.
Entonces canto; tú eres la mujer amada: ¡destrúyeme!
Tu belleza corroe mi carne como un ácido.
¡Tu signo es el de la destrucción!
Después nada queda de ti: ¡Sólo ruinas!
Eres el sentimiento de toda mi inutilidad
¡La causa de mi intolerable permanencia!
¡Eres una falsificación de la aurora!
Amor, amada, bendita seas:
Tú y tu impasibilidad.
Bendita seas tú que creas el vértigo en la calma
la calma en el fondo de la pasión.
Bendita seas tú que dejas al hombre desnudo delante de sí mismo
que arrasas los cimientos de lo cotidiano.
Mágica es tu cara dentro de las grandes tinieblas de la existencia.
Sí, mágica es la cara de la que no quiere ser
sino el abismo del ser amado.
Que exista ella para desmentir a la falsa mujer
la que viste inútiles paños e inútiles daños.
Pueda ella un día renovar el tiempo
transformar una hora en un minuto.
Sea ella la que niega toda la vanidad
la que construye todo el silencio.
Camine ella junto al hombre en su antigua
solitaria marcha hacia lo desconocido
-Esa eterna pareja con que comienza y termina el mundo-
Ella que ahora lejos de mí
cerca de mí
viviendo de la constante presencia de mi saudade
es más que nunca mi amada
mi amada y mi amiga
la que me cubre de santos óleos
y es la portadora de mis cantos
mi amiga nunca superable
mi inseparable enemiga.

Traducción de poemas: Mario Trejo
Ediciones de la Flor
1972






O riso

Aquele riso foi o canto célebre
Da primeira estrela, em vão.
Milagre de primavera intacta
No sepulcro de neve
Rosa aberta ao vento, breve
Muito breve...

Não, aquele riso foi o canto célebre
Alta melodia imóvel
Gorjeio de fonte núbil
Apenas brotada, na treva...
Fonte de lábios (hora
Extremamente mágica do silêncio das aves).

Oh, música entre pétalas
Não afugentes meu amor!
Mistério maior é o sono
Se de súbito não se ouve o riso na noite.



Poema dos olhos da amada from Liana Ventura on Vimeo.

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