Se cuenta que un chico, quizá un adolescente, compró una anaconda para mantenerla de mascota. Desde que era un reptil muy pequeño durmió entre las sábanas de su cama. Se enroscaba junto a él como si fuese un gato frío.
Es sabido que las anacondas son serpientes no venenosas que alcanzan gran tamaño. Su modo de subsistencia es atrapar a la presa y por constricción, ir engulléndola hasta desintegrarla, una vez en su interior, con la ayuda de jugos gástricos.
Un día, el chico, comenzó a notar que cada noche la anaconda ya no se enroscaba; por el contrario, extendía todo lo que daba su cuerpo de escamas a lo largo de la cama.
Asustado, la lleva al veterinario para consultar sobre la salud del animal.
El veterinario al contemplar la situación y hacer las preguntas del caso; le dice que su mascota, la anaconda que pasó tiempo con él, ahora alcanzando ya un par de metros; casi convertida en una adulta constrictora; no estaba enferma, ni le pasaba nada extraño; simplemente
lo estaba midiendo.
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